En una cena privada celebrada recientemente en Londres, un alto mando militar británico dijo que Occidente no tenía más remedio que considerar a Ucrania como una mera fase de una batalla con Rusia que durará una década. «Si Ucrania gana, Rusia nunca lo aceptará. Si Rusia gana, irá más allá», advirtió.
Sin embargo, el Gobierno de Reino Unido teme la «fatiga» que puede provocar la guerra y le preocupa que Occidente, con un nivel de atención similar al que requiere TikTok y una tendencia a la gratificación instantánea, carezca de determinación para un sacrificio de años que podría ser necesario para derrotar a Rusia en esta guerra, o incluso simplemente para detener la ofensiva militar en los pueblos del este de Ucrania.
Volodímir Zelenski, el presidente de Ucrania, comparte esta preocupación. En un discurso pronunciado ante los profesionales del sector de la publicidad en Cannes la semana pasada, les rogó que utilizaran su ingenio creativo para que el mundo mantenga el interés por la guerra en su país. «No dejéis que el mundo cambie de tema», les pidió.
Así pues, la sucesión de cumbres de los últimos días –el Consejo Europeo, el G7 y la OTAN– han llegado en un momento crucial de una guerra que empezó hace más de cuatro meses, no solo en el campo de batalla, sino en contiendas paralelas igualmente decisivas para mantener el apoyo interno, dañar la economía rusa y construir alianzas geoestratégicas.
En estos encuentros los líderes han intentado mostrar unidad y firmeza, pero es difícil ocultar que es una cuestión que genera tensiones. La inflación en toda la eurozona superó el 8% el mes pasado, en España acaba de superar el 10%. El galón de gasolina (3,78 litros) ha subido más de cinco dólares (4,75 euros) en Estados Unidos. El presidente de Rusia, Vladímir Putin, experto en utilizar todos los recursos como arma, está cortando el suministro de gas a Europa y de cereales al África subsahariana. La ayuda en seguridad de Estados Unidos a Ucrania desde que comenzó la invasión el 24 de febrero asciende ya a unos 6.100 millones de dólares (5.780 millones de euros), pero se calcula que el país necesita entre 5.000 y 7.000 millones de dólares (4.750 y 6.650 millones de euros) al mes para funcionar.
Los líderes occidentales ya sienten la presión política. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se enfrenta a la posibilidad de ser derrotado en las elecciones legislativas de noviembre. De hecho, el republicano y posible candidato Donald Trump es ahora el favorito de las casas de apuestas para ganar las elecciones presidenciales de 2024. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, parece haberse quedado paralizado tras perder su mayoría parlamentaria y ver cómo el electorado francés ha entregado casi 90 escaños a la política ultraderechista Marine Le Pen, admiradora declarada del presidente de Rusia. El canciller alemán, Olaf Scholz, ya ha perdido las elecciones en dos regiones y se esfuerza por convencer de que su giro en materia de defensa representa un cambio de mentalidad alemana.
En Italia, el primer ministro, Mario Draghi, una de las voces europeas con una posición más firme a favor de Ucrania, está bajo presión por la venta de armas a Kiev y su ministro de Asuntos Exteriores, Luigi di Maio, ha abandonado el Movimiento 5 Estrellas para formar otro grupo parlamentario que le respalde. El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, ha sobrevivido a una moción de censura en el seno del Partido Conservador, pero ahora parece ver en las líneas divisorias internas populistas, y no en Ucrania, su vía de salvación. El socio mayoritario del Gobierno de España, que ha acogido la cumbre de la OTAN esta semana, acaba de perder posiciones en las elecciones autonómicas de Andalucía, que había sido hasta ahora el bastión del socialismo y donde reside el 20% de los votantes del país. La coalición gobernante de Bulgaria, que llevaba seis meses siendo el principal gobierno contrario a Rusia en los Balcanes, cayó hace unos días en una moción de censura, una situación que podría dar lugar a un nuevo aliado de Rusia en la UE.
No todas estas crisis pueden atribuirse directamente a Ucrania, ni mucho menos a una afinidad de los votantes con Putin, pero el creciente impacto económico de la guerra en todos estos países dificulta la popularidad de los líderes. El viejo dicho «la política exterior no es importante hasta que de repente es muy importante» nunca ha sido más cierto.
¿Qué hacer entonces? Una facción liderada por Reino Unido y Polonia quería que estas cumbres fueran un consejo de guerra duro y sincero, que no se limitaran a debatir en torno a futuros conceptos abstractos de defensa estratégica, fondos de inversión globales o alabanzas autocomplacientes a la democracia. Si los ucranianos, como ha reconocido el Gobierno de Ucrania, están perdiendo hasta 200 vidas al día, estos países plantean un replanteamiento estratégico, o de lo contrario algunas de las grandes tendencias –en la guerra global de la información, en el campo de batalla y en la economía mundial– continuarán escorándose hacia el lado de Putin.
Boris Johnson dejó entrever su frustración cuando le dijo al primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, que en lo relativo a la estrategia de la guerra en Ucrania «la comunidad internacional tiene que cambiar el rumbo». Su queja específica es la cantidad de buques griegos que transportan el petróleo de Putin, pero en entrevistas en la prensa europea Johnson instó a los aliados a reconocer que, si se mantiene esta situación, se corre el riesgo de que Putin acuda a las conversaciones «con las mejores cartas para ganar».
Jarosław Kaczyński, el líder del partido gobernante de Polonia, también lanzó una advertencia: «La provisión de armas pesadas, ahora que es cuando las necesitan y no dentro de unos meses, puede decidir el resultado de la guerra». Si Occidente no proporciona a Ucrania las armas que necesita, la situación puede dar un giro a favor de Rusia. Si las fuerzas rusas lanzaran un ataque contra la ciudad nororiental de Járkov y rompieran la línea del frente en la región oriental de Donbás, se produciría “una escalada y una gran y terrible derrota para Occidente».
En declaraciones a The Guardian, la primera ministra estonia, Kaja Kallas, dijo que «ya es palpable la fatiga por la guerra. Rusia está jugando con nuestro cansancio. No debemos caer en la trampa. La posición de Ucrania se está deteriorando y Rusia es más agresiva que nunca porque quiere mostrar las victorias en casa, así que cada vez es más difícil». Kallas quiere compromisos muy claros sobre una séptima ronda de sanciones de la Unión Europea, sobre la nueva postura de defensa avanzada de la OTAN y sobre la concesión a Ucrania del estatus de candidato a la adhesión a la UE. Sin embargo, es la primera en reconocer que la mayor necesidad de Ucrania es obtener artillería de largo alcance y armamento pesado.
Gustav Gressel, experto en seguridad del think-tank Council on Foreign Relations, dice que la industria armamentística ucraniana ha sido destruida y sus reservas de armamento antiguo ruso se han agotado, por lo que su ejército depende de la ayuda de Occidente. En este sentido, señala que la escasez de vehículos de artillería se convertiría en una escasez de tanques en dos o tres meses, debido a la actual tasa de desgaste y a la interrupción de la línea de producción ucraniana en Járkov. El suministro de tanques requiere más tiempo de preparación en términos de logística y formación que la munición.
«Si nuestra estrategia es reaccionar ante una crisis una vez que se produce y solo ponemos en marcha un programa de suministro cuando la situación en Ucrania es urgente, siempre daremos a los rusos la ventaja en la guerra, y la utilizarán», dice Gressel. También comenta que parte del problema es que Alemania sigue insistiendo en que la política de la OTAN no es suministrar tanques, aunque no existe tal política.
A la escasez de tanques se suma la falta de defensas aéreas. Los misiles portátiles tripulados de Ucrania se fabrican en Rusia. «En una guerra en la que las fuerzas aéreas rusas realizan entre 250 y 300 incursiones diarias, que Ucrania disponga de 50 misiles para seis meses o hasta que llegue el próximo sistema de defensa aérea no es una buena situación», puntualiza Gressel. Por lo que respecta a esta situación en concreto, Alemania ha prometido al menos ayuda en forma de sistema de defensa aérea IRIS-T.
Pero la velocidad a la que Alemania actúa resulta frustrante para algunos. Hace unos días, en el think-tank DGAP, Jens Plötner, asesor de política exterior de Scholz, dijo que se le ha dado mucha cobertura al debate sobre la entrega alemana de 20 tanques Martens, pero en cambio no se ha hablado con profundidad sobre la futura relación de Europa con Rusia. Sin nombrarlo, Scholz se defendió argumentando que las relaciones con la Rusia imperialista de Putin eran inimaginables en el futuro inmediato.
Sin embargo, cuantos más debates empiece Alemania en torno al papel que debe desempeñar y cuanto más se prolongue la guerra y más se extienda el conflicto, mayor será el riesgo de perder el control sobre la situación.
Lituania ha cortado una ruta ferroviaria al enclave ruso de Kaliningrado, sede de la flota rusa del Báltico. Ucrania ha disparado armas contra la armada rusa en el Mar Negro. Una refinería de petróleo en el sur de Rusia fue atacada por un avión no tripulado, causando daños a gran escala. Los asesores de Biden siguen con atención cómo Ucrania utiliza sus nuevos y potentes lanzadores Himars (unidades móviles avanzadas que pueden efectuar lanzamientos múltiples de misiles de precisión). Ucrania ha prometido no dirigirlos a suelo ruso porque Biden no quiere que la guerra se extienda.
El segundo campo de batalla de la guerra ha sido la economía. La regla de la UE ha sido que en su sexta ronda de sanciones no se aplicaría nada que perjudicara más a Occidente que a Rusia. Putin afirmó en un discurso de San Petersburgo que la guerra relámpago de sanciones no ha funcionado, sino que ha sido contraproducente, señalando la recuperación del rublo a los niveles anteriores a la invasión. La advertencia de Alemania de un contagio en los mercados energéticos al estilo de la quiebra de Lehman Brothers en 2008 y la crisis financiera le dio la razón.
Janis Kluge, del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales, señala que Rusia está cerca de su punto óptimo de crecimiento: «Rusia está en un momento óptimo en lo relativo al comercio de gas con la UE. Los volúmenes son pequeños, lo que presiona a la UE, pero los precios son tan altos que los ingresos seguirán siendo más que suficientes, más altos que en muchos años anteriores». En esencia, el recorte del suministro, destinado a reducir las reservas de Europa en invierno, no está afectando a los beneficios de PAO Gazprom, la principal compañía gasística de Rusia.
Esto no quiere decir que las sanciones sean ineficaces. El director del banco ruso Sberbank dijo que Rusia puede tardar una década en volver a su rendimiento anterior a la invasión. La mitad de las importaciones y exportaciones del país se han visto afectadas por las sanciones. La inflación en el país es del 17% y sigue aumentando, mientras que se espera que la producción nacional caiga entre el 8% y el 30% este año. Pero no hay garantía de que las sanciones pongan de rodillas a Moscú.
Es en el tercer campo de batalla de la guerra –la guerra de influencias o por el mensaje sobre lo que está pasando– donde a Occidente le está yendo inesperadamente mal. Cada vez hay más conciencia de que el mensaje de Occidente de que Putin está luchando una guerra colonial y es responsable de sus efectos secundarios está encontrando indiferencia e incluso resistencia en el sur global.
Dado que más del 40% del trigo que se consume en África procede normalmente de Rusia y Ucrania, uno de los principales organizadores de la cumbre del G7 en Alemania, Wolfgang Schmidt, dijo que era vital evitar que Moscú y Pekín alejaran al G7 de los llamados países Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y que culparan a las sanciones occidentales de la escasez. Alemania invitó a los líderes de Indonesia, India, Sudáfrica, Argentina y Senegal, en parte para evitar que Rusia y China consigan su objetivo.
Schmidt dijo que «cuando uno habla con líderes de fuera de Europa y de la alianza en este momento, se da cuenta de que su percepción de la guerra [de Ucrania] es completamente diferente a la nuestra. Pueden decir: ‘Sí, no estamos de acuerdo con que un país invada a otro’. Sin embargo, inmediatamente después expresan una gran reserva: ‘Son las sanciones de Occidente las que hacen subir los precios de los alimentos y de la energía y tienen un efecto devastador en nuestra población'».
Ann Linde, la ministra de Asuntos Exteriores sueca, también señaló que durante sus reuniones con ministros asiáticos y africanos escuchó la opinión de que Occidente está más comprometido en Ucrania que en las guerras del Sur. Por su parte, su homólogo austriaco, Alexander Schallenberg, dijo que en sus recientes viajes a India y Oriente Medio descubrió que, aunque la UE haya ganado la guerra informativa sobre Ucrania en Europa, en otros lugares existe «un mensaje muy diferente». Fuera de Europa «somos los culpables. Somos la razón de que el petróleo, las semillas, los cereales y la energía no estén en el mercado o tengan un precio excesivo».
«Esta es una guerra en Europa. Pero hay otra guerra europea, porque las ondas de choque se sienten en todas partes. Es la primera guerra desde la segunda guerra mundial en la que se sienten los efectos a nivel mundial», dijo Schallenberg.
Ahora está en marcha una batalla para acusar a Rusia de utilizar el hambre como arma de guerra. El juego de las culpas no podría ser más relevante. Debido en gran parte a la sequía en Kenia, Somalia y Etiopía, 16,7 millones de personas en África oriental dependen ya de la ayuda alimentaria. Es probable que esa cifra aumente en 20 millones solo en septiembre. El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas ha dicho que el efecto dominó de Ucrania significará que otros 44 millones de personas en todo el mundo también entrarán en la categoría de «inseguridad alimentaria o alto riesgo».
La semana pasada, Samantha Power, directora de la agencia de Estados Unidos de ayuda al desarrollo, dijo que es clave, no solo para Ucrania, sino para que la democracia recupere la ventaja en la guerra de la información, especialmente en la cuestión de por qué los alimentos ucranianos y rusos no llegaban al sur global. En su intervención en el Council on Foreign Relations, dijo que era un reto inherente para cualquier gobierno que estuviera soportando los altos precios de los alimentos y el combustible, pero que lo era aún más para los gobiernos que trataban de resistirse a la tendencia antidemocrática y eran elegidos con propuestas anticorrupción. Destacó a República Dominicana, Malaui, Moldavia y Zambia.
«Has dicho que la democracia es la solución y luego te encuentras con que los precios de los fertilizantes y los alimentos se disparan, e inevitablemente dices: ‘Esto es un fenómeno global, Putin invadió Ucrania, la deuda china no nos hace ningún favor’. Pero digas lo que digas, los ciudadanos miran a su líder y se preguntan: ‘¿Era mi vida mejor cuando tenía al líder corrupto y hostil al Estado de derecho?», dijo Power.
Esto no significa que Putin haya ganado, se ha hecho un daño a sí mismo irreparable. Pero el hecho de que Occidente siga haciendo lo mismo durante más tiempo probablemente esté abocando a Ucrania a un lento estrangulamiento.
Traducción de Emma Reverter
Sé el primero en comentar en «Por qué Occidente puede condenar a Ucrania a una guerra sin finPatrick Wintourel junio 30, 2022 a las 8:47 pm»