La lucha contra el estigma de la masonería, el discreto culto que fue demonizado por el franquismoLúa Pena Dopazoel mayo 28, 2022 a las 8:31 pm

Conspiradores, satanistas, devora niños, anticatólicos… Estos son algunos de los prejuicios que circulaban -y algunos todavía perviven- en torno a los masones y a sus prácticas rituales. Ellos, sin embargo, insisten en que las bases de su culto son el respeto a los demás y la tolerancia. «No estamos enfrentados con nadie, solo con la intolerancia», señala Josep Brunet, masón y patrón de la Biblioteca Arús de Barcelona. «Si algunas religiones son intolerables, no es culpa nuestra».

El Palau Robert de Barcelona acoge hasta el 28 de agosto una exposición sobre la masonería. En la muestra, en la que ha colaborado Brunet, se hace un recorrido histórico por esta sociedad compuesta por hombres y mujeres que se autodefinen como librepensadores. Sus valores libertarios, igualitarios y transformadores han servido en diversas ocasiones para inspirar revoluciones, como la americana y la francesa, pero también para ser vistos como sospechosos y peligrosos por determinados sectores del poder. 

«Todas las instituciones no democráticas, los dictadores -desde Hitler a Stalin-, las religiones dogmáticas e intolerantes han estado siempre en contra de la masonería», apunta Brunet. «En cambio las grandes democracias del mundo la han tolerado», remacha. Para este masón, la clave de la cuestión es el pensamiento crítico y el librepensamiento que «ciertas personas pueden considerar peligroso».  

Pero, en realidad, el origen de la masonería no tiene nada que ver con la conspiración política. En la Francia de la Edad Media se denominaba maçons a las personas relacionadas con la construcción de edificios, que compartían técnicas y conocimientos sobre este ámbito. Estos primeros masones se unieron en agrupaciones llamadas logias y, con el tiempo, a ellas se incorporaron personas de todo tipo de profesiones sin relación con la construcción.

No fue hasta 1717 que se formó la primera Gran Logia masónica más parecida a lo que hoy en día sigue existiendo. Desde el principio, los masones dieron una gran importancia a la simbología, a la discreción en torno a sus rituales y a la introspección. La primera manifestación antimasónica por parte de la Iglesia católica fue una carta publicada en 1738 por el papa Clemente XII donde alertaba de que cualquier persona que formase parte de una logia masónica sería excomulgado. Esta primera confrontación de la Iglesia con la masonería forzó a los masones a desarrollar sus actividades en la clandestinidad durante varios siglos.   

Brunet reconoce que la relación de la masonería con la Iglesia es muy distinta en la actualidad, aunque los masones nunca han visto a la religión como una enemiga. De hecho, los masones tienen libertad para practicar la religión que deseen. «Las iglesias que ven la masonería como un peligro no son precisamente la católica», señala el patrón de la Biblioteca Arús. Brunet pone como ejemplo algunos países islámicos como Irán o Afganistán, aunque matiza que no todos los países musulmanes ven la masonería como un problema. Como ejemplo recuerda casos como Marruecos o Turquía, donde la masonería está tolerada. «Es más, en Marruecos incluso existe una logia femenina», agrega Brunet.  

España fue uno de los países europeos que más tiempo tardó en legalizar y normalizar la masonería (1979), puesto que durante la dictadura franquista esta estuvo muy perseguida. Por esto, Brunet cree que «los prejuicios» hacia la masonería que puede haber en España se deben a que la «propaganda» antimasónica de la dictadura «consiguió calar en la sociedad». Entre otras cosas, el régimen decía que los masones realizaban prácticas satánicas y que devoraban niños, acusación que Brunet tacha de «absurda» y de «barbaridad». 

Este masón piensa que la mejor prueba del daño que hizo la dictadura a la masonería es el número de masones que hay en España en comparación con otros países. Se cree que en toda España hay unos 6.000 masones, la mitad de los cuales están en Catalunya. En cambio, en Rumanía, donde la masonería se legalizó tras la caída del telón de acero, a finales de los 80, hoy hay unos 30.000 masones. «Aquí el número de masones ha ido creciendo poco a poco, pero la propaganda antimasónica del régimen fue tan fuerte que todavía hay gente que dicen que hay que tener cuidado con los masones», subraya Brunet. Enric Calpena, comisario de la exposición ‘Masones: una mirada actual a una institución centenaria’ en el Palau Robert añade que tras la guerra civil española los masones se convirtieron en «los peores enemigos del régimen» a pesar de que no tuvieron un papel opositor al franquismo demasiado destacado. 

Calpena desmiente otro mito sobre los masones. «La masonería no sirve para prosperar o escalar socialmente, es tan descabellado pensar eso como decir que alguien se ha hecho socio del Barça para conseguir un cargo en la Generalitat», asegura. «Los masones son personas muy formales, incluso aburridas y su influencia directa en la política es muy limitada», añade Calpena. Brunet reconoce que hay masones en lugares privilegiados de la sociedad, entre los que incluye la política y el mundo empresarial. «Hay masones en el Partido Popular, en el PSOE, en la antigua Convergència y en Esquerra Republicana, pero esto no quiere decir que la masonería en sí tenga poder», recalca este masón, que añade que esto demuestra que la masonería no es una secta porque acoge a personas de ideologías muy diferentes.  

Una parte de la exposición del Palau Robert está dedicada a personajes históricos e ilustres que fueron masones. Entre ellos, destacan algunos presidentes como el británico Winston Churchill o el estadounidense Franklin D. Roosevelt. Pero también personas del mundo de la cultura, por ejemplo, Oscar Wilde. En Catalunya, formaron parte de logias masónicas, entre muchos otros, la arpista y activista feminista Clotide Cerdà, el presidente de la Generalitat durante la guerra civil Lluís Companys o el militar Joan Prim. 

Brunet recuerda que fue un amigo el que le preguntó por primera vez si sabía algo sobre la masonería. «Yo le dije que algo sabía, pero a partir de aquel momento empecé a investigar por mi cuenta y al final decidí ingresar», rememora. Eso fue en el año 1987, cuando él tenía 37 años. 

El suelo ajedrezado y tres columnas (la belleza, la fuerza y la sabiduría) en el centro de la sala; bancos a izquierda y derecha; una tarima con una mesa, una silla, una piedra sin pulir que representa el camino del perfeccionamiento; en el fondo de la estancia el sol (la racionalidad), la luna (la creatividad) y un triángulo con un ojo (el Gran Arquitecto del Universo) y un atril con un libro abierto son algunos de los elementos básicos que pueden encontrarse en un templo masónico. Aunque lo que Brunet mejor recuerda de su iniciación es que se presentó ante los otros miembros de la logia y que le dieron una serie de instrucciones. Después, lo llevaron a una sala para que reflexionase si de verdad deseaba ingresar o no y, al final, le hicieron unas cuantas preguntas antes de oficializar su ingreso.

Brunet cree que hacerse masón no significó un cambió de vida, pero sí una mejora. «Me ha permitido ver muchas cosas de otra manera y si no hubiera sido masón eso no habría sido posible, porque te hace ver el mundo de forma más amigable y te permite arreglar ciertas situaciones sin llegar a las bofetadas», sostiene. En cuanto al futuro de la masonería, se muestra optimista: «La masonería seguirá existiendo de aquí a 50 o 100 años, porque en algún lugar del mundo seguirá siendo necesario luchar por la igualdad, la libertad y la fraternidad», apunta.

Además, este masón patrón de la Biblioteca Arús ve como algo muy positivo que se haya hecho una exposición como la del Palau Robert con el apoyo de la Generalitat: «El día de la inauguración estaba absolutamente sorprendido de que la administración, por primera vez, tolere una exposición sobre la masonería en Catalunya», afirma. «Como masón que soy no puedo estar más agradecido».

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