—¿Cogisteis el cargador del móvil?
—Síiiii
—¿La guitarra eléctrica y el ‘ampli’?
Con la guitarra sobre las piernas, un chico asiente. Todos se ríen.
—No esperaba menos, yo habría hecho lo mismo.
Risas.
—Lo que se evidencia es qué priorizo y lo que olvido es a lo que no le doy tanta importancia.
Vicente es un sacerdote ‘rockero’ que ha viajado este martes al campamento de Santo Domingo de Silos, organizado por Cristianos Sin Fronteras, uno de los municipios evacuados por el incendio de Quintanar del Coco, que ha quemado unas 3.500 hectáreas según las primeras estimaciones.
“Hay cosas que no sé ni por qué cogí”, reflexiona también una vecina junto a Máximo y Jesús, dos vecinos del pueblo, que intentan tomarse el incendio con el mejor humor posible. “Yo me he comprado zapatillas nuevas. Me fui con las viejas, que estaban rotas, y vuelvo con unas nuevas”, bromea Jesús. A su lado, Máximo recuerda que su sobrino metió las vacas y dos yeguas “que había por ahí” hasta el monasterio de Santo Domingo. “Ahí, donde está el ciprés, que les habían dado autorización los monjes. Ahí los metieron”, ríe. Ese ciprés del que habla Máximo fue plantado en 1882, y los monjes –que no han querido hablar con elDiario.es– tuvieron que ser también evacuados, junto a todo el municipio.
El incendio fue presuntamente causado por un agricultor que realizaba labores de campo durante la alerta por fuego. El Gobierno autonómico había prohibido cosechar entre las 12.00 y las 19.00 de la tarde. El fuego se inició, según el parte de incendios, a las 13.15 horas. El labriego supuestamente responsable ha sido detenido por la Guardia Civil y puesto en libertad este martes. A pesar de que actuara o no fuera de la legalidad, en el pueblo recuerdan lo seco que estaba el monte, “todo lleno de matorrales y zarzas”. En Silos llevaba sin llover desde el 23 de abril: Jesús se acuerda bien porque se volvió a casar con su mujer por sus bodas de oro.
“Desde el primer momento vimos que era un tema serio. Había mucho rastrojo y cereal, no masa arbolada. Y el viento nos condicionó mucho, a más de 40km/h”, apunta el jefe del Parque de Bomberos del Ayuntamiento de Burgos, Miguel Ángel Extremo. Él asegura que el incendio se contuvo porque el viento paró. “Si hubiera seguido, se nos hubiera complicado mucho”, advierte.
Los vecinos de la zona todavía intentan procesar lo que ha pasado: en un momento ríen y segundos después rememoran lo que han perdido y se emocionan. Máximo tiene seis hectáreas de cereal y asegura que el fuego “se lo ha llevado todo por delante”. Otra vecina, que prefiere no dar su nombre, explica que su hermano ha perdido toda la cosecha. “No es lo mismo para nosotros, que venimos los fines de semana y los veranos, que para la gente del pueblo, que es su vida”, reflexiona. También alude al valor “patrimonial y cultural” que se ha perdido. “Hay gente que tenía fincas con nogales, que plantas, esperas 50 años a que salgan las nueces y se queman. Recuerdo las tenadas que tenía mi padre… él que las conservaba y ahora no quedará nada”, lamenta. El fuego también ha afectado al sabinar más grande de Europa.
Irene (12 años) y Mencía (9) pasan los veranos en Silos con los abuelos y recuerdan que el cielo estaba anaranjado. “Mi abuela no se lo creía hasta que no vio a los bomberos. Tuvieron que venir cuatro para que entrara en el coche porque quería recoger la ropa del tendedero. Los bomberos le dijeron que, por favor, se montara en el coche porque en tres minutos venía el fuego”, explica Mencía. Las dos aseguran que pasaron miedo, sobre todo por los ruidos de los equipos de emergencias y fuerzas policiales. “Fue un caos mental. Estábamos en casa tumbados viendo una película y de repente un montón de coches y bomberos y vinieron unos señores diciendo que nos evacuaban. El cielo estaba naranja naranja naranja y fuimos corriendo a hacer las maletas”, explica Irene, de 12 años.
Los mayores lo repiten casi como un mantra, con la sombra de los dos fallecidos en el incendio de Zamora: “Hay cosas peores, que [el fuego] se meta en las casas, y por lo menos no ha habido desgracias personales”. Porque Silos se ha librado, por lo menos. En Santibáñez del Val sí entró y quemó más de una decena de casas. El antiguo bar, que cerró hace décadas, casas que parecen más o menos habitadas, somieres, mesas y sillas antiguas; una segunda planta que ha quedado totalmente derruida y unos cascotes que siguen cayendo tres días después de que empezara el fuego.
Adrián, vecino de 68 años en Santibáñez, ha perdido la casa que perteneció al tío de su madre y que estaba rehabilitando para poder guardar el coche dentro y usarlo de trastero. “Tiene más de trescientos años. Bueno, tenía. La parte de arriba estaba impecable. Fíjate, está ahí el somier, que tendría cien años o así”, indica. Justo detrás de algunas de las casas quemadas tiene él un molino de agua y una huerta. El fuego, no sabe cómo, saltó a parte del jardín, pero la gran parte del terreno se ha salvado. “Se quemó el plástico del invernadero y los hierros, pero no es nada”, afirma.
El agua potable brilla por su ausencia en algunos puntos de Santibáñez, tierra que ‘ha siglos’ pisó El Cid Campeador. Fue una época más próspera para Burgos, quizá, y a la que Adrián alude con orgullo. Porque si algo tiene un burgalés es orgullo por su tierra, sus campos y su historia. Una historia que sitúa a la comarca como la cuna del castellano y de un condado que terminó siendo reino; que también sirvió a Sergio Leone para representar el mítico cementerio de Sad Hill, cuyo entorno parece que no se ha visto afectado. El fuego solo es un clavo más en el ataúd de esta comarca. Si no se revierte la pérdida de población en una comarca cada vez más envejecida, solo quedarán las tumbas del icónico cementerio del ‘spaghetti western’ como recuerdo de lo que fue. Parece que, de momento, nos tendremos que conformar con nuestra versión de El bueno, el feo y el malo. Cada revólver tiene su voz, y algunos podrán identificar a los actuales Rubio, Tuco y Sentencia.
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