Una disciplina marcial, una vida pautada por los superiores y poca transparencia con la gente que no formaba parte de la asociación. Así resumen antiguos miembros su paso por los Heraldos del Evangelio, una polémica organización religiosa investigada por Roma y que pretende crear en la Comunidad de Madrid un macrocomplejo religioso. «Se utilizaban mentiras para atraer a nuevos jóvenes. La finalidad última de todas estas actividades no se revelaba», recuerda el chileno Michael Ulriksen, que recorrió varios países latinoamericanos como miembro de la congregación.
La separación y el desapego hacia las familias biológicas es otro de los asuntos sobre el que alertan los entrevistados. «No les dijeron la verdad». Esta es la conclusión de Víctor sobre la información que los Heraldos del Evangelio facilitaban a sus padres cuando él participó en la organización, siendo menor de edad. «Hay muchas cosas que mis padres no saben. Ellos no querían que yo fuese uno de ellos», indica ya fuera de la congregación. Con 15 y 17 años fue seducido por esta asociación católica y se «compinchó» con ellos para conseguir que sus progenitores le autorizasen a viajar en dos ocasiones a los centros que esta organización tiene en Brasil.
Como a la mayor parte de entrevistados por esta redacción, los Heraldos le fueron seduciendo con actividades lúdicas. Todo empezó con una visita a su instituto en el año 2005. En aquella época esta asociación daba clases en la Escolanía de Covadonga (Asturias) y a Víctor le gustaba cantar. Le ofrecieron formación en este campo. Los interesados tenían que rellenar un papel con sus datos.
Durante una década Michael Ulriksen estuvo al otro lado, al frente de ese trabajo de «atracción» para conseguir nuevos miembros en los Heraldos. Este chileno realizó esta labor –entre 1997 y 2008– en varios países de Latinoamérica y explica que las cuartillas con los datos de los menores son claves en el proceso. «Se inventa un pretexto, sea el que sea, para tomar los nombres de los chicos», cuenta, a la vez que detalla varias técnicas.
En los países donde la organización no estaba muy implantada, «se sorteaba una estampa de la virgen». «Los que querían participar tenían que rellenar el papelito. Cuando los recogíamos, si el joven tenía una especie de gracia o vocación, los colocábamos en una parte de la mano que ya teníamos preestablecida», explica. Y añade: «Después de eso, lo llamabas por teléfono, le decías que había ganado otro premio y le llevabas la virgen [una figura de un metro y 20 centímetros] a su casa. Te hacías amigo de la familia y le invitabas a las actividades». A lo largo de su etapa en la organización, diariamente Ulriksen paseó esa virgen por tres o cuatro casas.
En aquellas ubicaciones donde la organización estaba más enraizada, y contaba con mas infraestructura y miembros –como sucedía en Brasil, Colombia, Paraguay y Centroamérica–, se organizaba «una obra de teatro, una presentación musical» y, a partir de ahí se «invitaba directamente a los jóvenes», también con criba mediante. «Otra vez el sorteo era absolutamente falso porque solamente llamábamos a los jóvenes que considerábamos que tenían vocación. Desde que pisamos el colegio, la finalidad última era buscar vocaciones, no evangelizar», indica Ulriksen.
El entrevistado reconoce que el tiempo le «demostró» que la selección de los Heraldos se basaba en una mera «discriminación visual». Se decantaban por aquellos jóvenes que «tenían los ojos más abiertos» o «que demostraban más interés». «Hasta se podía llegar a seleccionar por una buena apariencia física», reconoce, a la vez que destaca que también la edad era un factor relevante. «Cuando yo estaba reclutando, se bajó la edad a doce años porque a los catorce años se consideraba que los jóvenes estaban demasiado podridos, tenían poca inocencia y su vocación a esa edad estaba quebrada», indica.
¿Cómo podían entrar los Heraldos en centros educativos latinoamericanos? «Se escogía un colegio simpatizante y se llevaba sala a sala la imagen de la virgen. Se transmitía un mensaje católico, cristiano, de paz, de religión y esencialmente neutro. Obviamente, no con el tono propio de un movimiento conservador. La idea era no ser beligerante en esa etapa de atracción», apunta este ex miembro de la organización, que cuenta que entró en ella siendo menor de edad.
Según reconoce Ulriksen, los directores de los centros eran «engañados» porque «no sabían realmente a lo que iban los Heraldos». «Se les decía que era para entregar un mensaje, pero en verdad la intención era buscar nuevas vocaciones de forma masiva». Y este es uno de los reproches que realiza a la organización de la formó parte: la falta de transparencia y «un maquiavelismo institucionalizado».
El psicoterapeuta Miguel Perlado, especialista en sectas y que ha trabajado con media docena de ex miembros de esta organización, alerta de la «fragilidad y vulnerabilidad» de los menores en la franja de edad señalada por Ulriksen. «A esas edades hay un intento de diferenciarse de la familia y eso puede ir a favor de tensar más la cuerda por parte de polo atractor para tirar más hacia dentro del grupo, en contraposición a los preceptos o a los funcionamientos familiares», apunta. De esta forma, este especialista señala uno de los puntos más críticos apuntado por los entrevistados de elDiario.es: el desapego de los miembros de esta organización a la familia biológica.
«La separación de las familias es muy importante porque si no, no consigues a la persona», subraya sobre los modos de reclutamiento Daniel, que asegura que formó parte durante dos décadas de Tradición, Familia y Propiedad (TFP), el germen del que nacieron los Heraldos del Evangelio. En esa misma línea se pronuncia uno de sus ex compañeros de militancia, Roberto Vega, que formó parte de la rama española de este colectivo tradicionalista entre 1986 y 2000. «Veíamos a la familia como algo que nos apartaba del camino de la santidad y de la virtud. Hay una similitud con las órdenes religiosas que se entregaban a Dios», indica Vega.
Esta desvinculación es advertida en los estudios académicos que se han realizado en Latinoamérica sobre el funcionamiento de TFP. Elena Scirica, historiadora y profesora en la Universidad de Buenos Aires (Argentina), explica a elDiario.es que el ingreso en la delegación argentina de esta organización «suponía una ruptura con la familia biológica» porque «era vista como un espacio de perdición y descarrilamiento».
En su día a día los miembros de esta asociación van ataviados con unas túnicas con capucha y una gran cruz de Santiago roja y blanca impresa en la parte delantera, botas altas y una cadena en la cintura. Los Heraldos nacieron de la ruptura de la asociación anticomunista y tradicionalista TFP después de la muerte de su fundador, el político brasileño Plinio Corrêa de Oliveira, en 1995. Su secretario, João Scognamiglio Clá, impulsó esta nueva congregación, ya con un un objetivo religioso. Hasta entonces, la TFP había mantenido un marcado carácter político.
En España los seguidores de Corrêa de Oliveira impulsaron TFP-Covadonga. Este colectivo editó varios libros, entre ellos, Medio Siglo de Epopeya Anticomunista, publicado en 1983, en el que lamentaban «el silencio desconcertante, inexplicable y trágico del Concilio Vaticano II respecto al comunismo». En ese documento apuntaron que «a la Jerarquía de la Iglesia eclesiástica le compete» ser «eminentemente anticomunista» e «instruir y formar a los fieles contra el comunismo».
El Vaticano exigió hace unos meses a esta congregación que los menores a su cargo regresasen con sus familias, según publicó Religión Digital. Se tomó esta decisión «a la luz de las informaciones recibidas por la Sede Apostólica» enviadas por progenitores de niños y jóvenes «insertos en la órbita de la asociación Heraldos del Evangelio, en las que se lamenta que las familias de origen son, la mayoría de las veces, excluidas de la vida de sus hijos, y que el contacto con los padres no está suficientemente garantizado». El letrado de los Heraldos asegura que esta decisión «ha sido revocada». «Las acusaciones que hemos tenido han sido desestimadas porque eran falsas», explicó a esta redacción un portavoz de la organización hace dos semanas.
El representante legal de la asociación asegura que en España «cuidan que todo se haga de acuerdo a Derecho» y añade que actualmente no hay ninguna denuncia contra la organización en Fiscalía de Menores. Sobre las incursiones en centros educativos, el abogado destaca que los Heraldos «a nivel internacional tienen un programa» con el que «actúan en centros públicos y privados, siempre que el director lo autorice». Por su parte, en nuestro país mantienen colaboraciones con parroquias.
Los Heraldos del Evangelio están reconocidos como una asociación internacional de fieles por el Vaticano. Fue el Papa Juan Pablo II el que aprobó su reconocimiento en 2001. En 2019 el Papa Francisco tomó la decisión de colocar a un «comisario pontificio» para que tomase las riendas de esa institución, que llevaba desde 2007 investigada por presuntas irregularidades en su gestión y en la vida de algunos de sus integrantes.
El comunicado del Vaticano en el que se anunciaba la intervención apuntó a abusos de poder y de conciencia, tal y como informó Alfa y Omega. El anuncio de Roma coincidió con la difusión de videos de reuniones de miembros de la organización en los que algunos relataban diálogos con el demonio durante exorcismos realizados invocando al fundador del grupo y en los que también había referencias al poder del demonio sobre el Vaticano.
En un comunicado firmado por el asesor legal del comisario, facilitado a esta redacción por un portavoz de los Heraldos, se expone que la intervención de Roma «no significa un procedimiento punitivo, como ya ha declarado la Santa Sede, sino sólo una ayuda de la Iglesia con miras a mejorar la madurez institucional de la asociación». «Los Heraldos del Evangelio –cómo no podía dejar de ser– reiteran su adhesión al Papa, a la doctrina católica y manifiestan su obediencia al comisario pontificio Cardenal Raymundo Damasceno de Asís con el cual mantienen una excelente relación», añaden en la nota de prensa.
España es uno de los países en los que esta asociación religiosa tiene presencia. En nuestro país llevan más de dos décadas implantados, según apunta un portavoz de esta congregación a elDiario.es, y en la localidad madrileña de Sevilla la Nueva pretenden crear un macrocomplejo de 12.900 metros cuadrados. A pesar de que la zona es un espacio verde protegido, buscan levantar una iglesia, una hospedería y un monasterio en una parcela de su propiedad que se extiende a lo largo de 200.000 metros cuadrados
Catorce años después de haber abandonado la organización, para Ulriksen la separación de sus padres continúa siendo una de las experiencias más desgarradoras que vivió en los Heraldos. «Mirando atrás, te podría decir que es lo que más puede dañar a una persona. Tus papás siempre te apoyaron, siempre estuvieron ahí e hicieron lo imposible. Saliste y te apoyaron. Y resulta que tú eras tan cretino, miserable e indolente, que eras capaz de ignorarlos y tirarlos al infierno sin mayor preocupación», apunta emocionado.
«En ese sentido fui víctima y victimario». De esta forma, Ulriksen reconoce que mientras fue miembro de los Heraldos puso en práctica las técnicas aprendidas. «Todo se justificaba por el bien de la obra de los Heraldos», indica. Él asumió la tesis. «Matas a tus padres en tu interior. No los agredes físicamente, pero eliminas la autoridad natural que ellos tienen en ti. Estás dispuesto a ignorar su solicitud de auxilio», rememora. Para llegar a ese objetivo hay un trabajo previo desde la entrada en la organización.
«Se nos prepara mentalmente y físicamente para desapegarnos de los padres porque podría costar perder la vocación, ser un mediocre en la vida espiritual e incluso, podría ser motivo para no merecer llegar vivo a la nueva era histórica católica que los Heraldos profetizan llegará después de una gran purga divina en la humanidad», indica el ex miembro chileno.
Antes de llegar a ese punto, la organización se tiene que ganar a los padres de los miembros menores porque necesita su autorización para que los jóvenes puedan viajar o participar en excursiones. El padre de Víctor, que se llama igual que su hijo, asegura que los Heraldos les «fueron lavando la cabeza». «Venían de vez en cuando a casa. Ellos lo tenían todo muy trabajado: pico y pala», indica el progenitor
«El acercamiento fue muy gradual», rememora Víctor hijo. En esos primeros contactos que mantuvo él y su familia con los Heraldos, los miembros de esta organización no acudieron vestidos con sus características prendas medievales. «Iban con un jersey, una camisa y un medallón. Ya les notas algo diferente porque van vestidos como señores mayores», recuerda.
Pasaron los meses y este joven continuó asistiendo a las clases de canto. A esa agenda se sumaron excursiones de fines de semana. Aquí ya se fueron produciendo las primeras bajas. «Muchos padres se dieron cuenta y sacaron a los chavales. El primer finde que nos llevaron a una casa, la madre de uno de mis amigos le dijo que no volvía más», apunta. Víctor se quedó. «Continué con un campamento en Portugal y ahí empecé a ver algunos hábitos. Al año siguiente seguí yendo al coro y los fines de semana. Y luego, otro campamento más, en Andalucía», destaca.
Sin embargo, no fue hasta el verano siguiente cuando se produjo la incursión con la esencia de los Heraldos en un viaje de dos meses a Brasil. Ahí, ya con 16 años, conoció la rutina de los miembros de esta organización, marcada por el Ordo de costumbres, un libro que pauta el comportamiento de los miembros de este colectivo y que dirige desde el corte de uñas a las relaciones con el sexo opuesto.
Como desveló elDiario.es, este manual describe a sus miembros, incluidos menores, como esclavos y a sus habitaciones como celdas. «Había inspecciones periódicas para comprobar cómo teníamos la habitación, la ropa e incluso, a veces, las uñas», apunta Víctor. El manual que rige la vida de los Heraldos detalla algunas indicaciones para guardar la castidad, como no mantener relaciones con personas del sexo opuesto a solas y no realizar actividades en soledad. Si un seguidor de este grupo sale del domicilio común para realizar cualquier desplazamiento el superior debe asignarle un acompañante.
«No podíamos mirar a las mujeres dentro de la organización», recuerda, y también relata comentarios vejatorios hacia las personas del sexo opuesto y hacia los homosexuales. Varias fuentes consultadas por esta redacción confirman que en la orden masculina se referían a las mujeres como fassura. Esta calificativo «se utilizaba para referirse hacia alguien inmoral», indica Ulriksen , que también detalla que entre los miembros masculinos de los Heraldos se generalizó porque «la lucha contra la impureza es ardua» y «cada vez que había una mujer que era atractiva» se terminaban dirigiendo a ella de esa forma. El abogado de la organización desmiente esta información. Sobre las mujeres, destaca que «se les trata con total respeto». Y, en relación al colectivo homosexual, apunta que cumplen «la doctrina de la Iglesia». «No hay una sola denuncia por trato discriminatorio».
La jornada en un centro de los Heraldos empieza a primera hora con siete toques de campana. Nada más despertarse, el Ordo de Costumbres establece que los miembros de la organización deben «ponerse la bata» y «hacer la señal de la cruz con agua bendita y rezar el exorcismo breve», recoge el texto.
Este manual determina cómo se deben lavar las manos, peinarse o ducharse. En el caso de la hija de Beatriz, estas normas terminaron impactando en su personalidad. «Empezó a perder su identidad. No se miraba al espejo. No nos abrazaba», relata esta madre brasileña, que solicita utilizar un nombre falso para preservar su anonimato. Su hija entró en la organización de su mano en 2015, con 13 años.
La progenitora era colaboradora de esta congregación en su país de origen, pero se terminó alejando al descubrir cómo estaba afectando a su hija la formación que recibía al estar interna. «Es un programa que busca que los niños pierdan su identidad para que se parezcan al fundador [de los Heraldos]». Ante la deriva que observaba, sacó a su hija en contra de su voluntad. Celebra que en ese momento la joven no fuese mayor de edad y la tutela estuviese en sus manos.
Otro de los puntos que coinciden en apuntar aquellas personas que han pasado por esta institución es la disciplina de corte castrense que se impone en el día a día, y que recoge el Ordo. «Hacíamos muchas marchas. Era muy militar. Teníamos que formar por la mañana», indica Víctor sobre su estancia en Brasil. «La marcialidad es la esencia de los Heraldos. No son una congregación más. Es una orden religiosa militar, absolutamente inspirada en las órdenes de caballerías», apunta Ulriksen.
A diferencia de TFP, que se fundó como una asociación con un claro posicionamiento político e ideológico. En el caso de los Heraldos es más complicado conocer cuáles son sus pilares ideológicos. «Son monárquicos, creen que la democracia no es la mejor forma de Gobierno y que la monarquía está por encima de la democracia», señala el antiguo miembro desde Chile.
Como expone Víctor, y reconocen todos los entrevistados por esta redacción, tanto en los Heraldos como en la TFP, hay una veneración hacia Corrêa de Oliveira, «al que consideran un santo». «Te dan fotos y las coleccionas», explica este joven.
Ya en la formación tradicionalista se dirigían a Correa de Oliveira «como un mediador entre la virgen y los miembros de TFP», indica Scirica. La madre del político brasileño, Lucilia Corrêa de Oliveira, también es considerada por los miembros de la organización como una «madre espiritual». A estas dos figuras hay que añadir la del fundador de los Heraldos, João Scognamiglio Clá, que, en la misma línea, es seguido con gran devoción. Víctor conserva imágenes de los tres en un álbum de fotos de la época.
Tanto Víctor como Ulriksen coincidieron con Clá en sus visitas a Brasil en los centros de los Heraldos. Aunque estuvieron en distintas etapas, los dos detallan que en la organización existe un culto a su imagen. «Desde un inicio te meten en la cabeza que todo gira en torno a Clá. Por ejemplo, si tú te convertiste en alguien mejor es gracias a él», apunta Ulriksen.
Según relata el ex miembro chileno, el poder del fundador de la organización llegaba a tal punto que cuando estaban buscando a nuevos seguidores en países de Latinoamérica les enviaban «fotos de los jóvenes». «Las miraba y decía: éste tiene vocación, ese no y ese va a ser un problema», destaca. Para Ulriksen el poder que acumula el líder de la organización «es una aberración» porque «toma el lugar de Dios». «Interfiere tanto en la vocación para ser Heraldo como para ser sacerdote», destaca.
En relación a estas acusaciones, a pesar de que el abogado de la asociación reconoce que el fundador «goza de gran prestigio», desmiente que se le venere como a un santo porque esta actuación «sería una irregularidad». «Una persona hasta que no sea canonizada no puede ser venerada públicamente», apunta el letrado y recuerda que Clá todavía no ha pasado por ese proceso.
Uno de los expertos que ha asistido a antiguos miembros de esta organización, Miguel Perlado, alerta de que uno de los «focos problemáticos de esta organización» es el «abuso espiritual». En conversación con esta redacción, este psicoterapeuta explica que, a la vez que la congregación busca «insertarse dentro de la estructura eclesial», «defiende su idiosincrasia y diferencias, posicionándose muchas veces en contra o creando su propia Iglesia dentro de la Iglesia». Con todo, Perlado advierte de que este tipo de actuaciones «chocan con preceptos teológicos», a la vez que «puede generar dinámicas de mayor aislamiento y mayor secretismo».
En esas relaciones de verdades a medias se vio envuelto Víctor con tan solo 16 años. En su primer viaje a Brasil le contaron a sus padres que «iba a hacer un curso de Biología». «Me llegaron a decir medio riéndose: Llévate el libro de matemáticas. Lo cogí y no lo toqué», recuerda este joven asturiano. «Fue casi subvencionado por ellos. Nos costó 500 euros tanto los billetes como la estancia dos meses. Te lo ponían a huevo para que no pudieses decir: No, económicamente no puedo», explica su padre sobre el viaje.
Junto al libro de texto, en la maleta de este joven también se guardaba el hábito que se iba a poner sin conocimiento de sus progenitores. «La primera vez que me puse el traje fue justo el día antes de salir. Las botas me las dejó un chico peruano. La cadena, al principio era muy vieja, y la cambié cuando llegué. El rosario se puede comprar allí y lo que me dieron fue la túnica», rememora Víctor. Según explican las fuentes consultadas, el color de la túnica que visten los menores de edad es color crema. Una vez han cumplido los 18 años se pasa a vestir una prenda blanca con el escapulario marrón oscuro.
«Ellos me decían lo que yo quería escuchar. Víctor era muy hiperactivo y estaba estudiando bien. Llegaba a casa contento. Aunque a mí no me gustase [la congregación], tenía que respetarlo», explica el padre del joven asturiano, sobre el comportamiento que tuvo su hijo durante los años en los que formó parte de los Heraldos siendo menor de edad. Además, cuenta que su hijo les había advertido «varias veces» que si no le dejaban ir a las actividades de la organización, «cuando tuviese la mayoría de edad se iría». Ante esta amenaza optó por dejar libertad a su hijo. «Tiene derecho a equivocarse. Si le iba mal, tenía derecho a estrellarse y ahí íbamos a estar nosotros para ayudarle», relata.
Con esa idea en la cabeza, Víctor volvió a Brasil el verano de 2009. En aquella ocasión la estancia iba a ser más larga. Se marchó «con la promesa de los Heraldos» de que iba a acabar Segundo de Bachillerato en el colegio que tienen en Sao Paulo. Para agilizar las gestiones educativas, su padre firmó un poder notarial –al que ha accedido elDiario.es– y designó como tutor legal a uno de los adultos que acompañaban a su hijo. «Gastamos el dinero que apenas teníamos», recuerda más de una década después el progenitor de Víctor.
Estuvo dos meses. Una noche por teléfono el joven pidió ayuda en casa para volver. Varias circunstancias contribuyeron a esa situación: la convalidación del curso que pretendía estudiar en Brasil no se produjo y se escandalizó por unos comentarios sobre mujeres. Su progenitor, que estaba al otro lado del auricular y a 8.500 kilómetros de distancia, recuerda con la voz entrecortada aquella madrugada y los días posteriores: «Era un martes o miércoles. Llamé a Madrid, llamé al tutor a Brasil y nadie me cogió el teléfono. Sucedió lo mismo el jueves, el viernes y el sábado. El domingo cogí el coche y me fui a Madrid. En la sede que tienen allí le dije al que me abrió la puerta lo que había».
Una semana después Víctor estaba en el aeropuerto de Barajas. «Cuál fue mi sorpresa al ir a recogerlo y ver a dos tipos vestidos de Heraldos comiéndole la cabeza para llevarlo a un colegio a Toledo», rememora. «Les llamé de todo». Allí, en la Terminal 4, terminó tanto su vinculación como la de su hijo con esta organización. Desde entonces, y a pesar de que los dos por separado han participado en este reportaje, entre ellos no han vuelto a hablar nunca de esta experiencia. «En cuanto tuve a Víctor en casa quise hacer borrón y cuenta nueva».
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