Un mechón que sale de la mitad de una frente. Una armadura en la que no se distingue su material. Una bandera que no lleva a ninguna parte. Soldados desdibujados. Cosas que prácticamente flotan, sin criterio. El dibujante David López necesitó muy poco tiempo para intuir que la portada del libro Juana de Arco de Katherine J. Chen, editada por Destino (Grupo Planeta), había sido realizada con IA. Desde la editorial, no obstante, indican que había una mano humana tras el trabajo de ilustración.
López compartió la explicación detallada en sus redes sociales y pronto fueron miles de usuarios los que concluyeron lo mismo. Incluidas algunas librerías, entre las que La Llama Store y La Vorágine comunicaron que devolverían todos los ejemplares del citado volumen; además de comprometerse a repetir la misma operación en caso de recibir más libros donde la IA pudiera haber intervenido en la confección de la cubierta.
«Serán retirados y lo haremos público porque creemos que hay que generar conciencia al respecto. Vamos a fijarnos más en los créditos, la traducción, la ilustración y la escritura», explica a este periódico desde La Vorágine el periodista, ensayista y activista Paco Gómez Nadal.
No fue un caso aislado. El crítico de cómic y colaborador de este periódico Gerardo Vilches denunció la semana pasada que la editorial Nowtilus había puesto a la venta una edición de su obra Breve historia del cómic con una cubierta realizada con imágenes generadas por IA. «No cuenta con mi aprobación ni he tenido nada que ver en su elección», escribió en X (antes Twitter). El también profesor e historiador expresó la «rabia» que le había generado lo ocurrido y pidió que nadie comprara la edición: «Lamento mucho la situación pero es la única forma de concienciar a las editoriales».
«Mi postura es clara: la IA generativa está basada en el robo y en el uso no autorizado del trabajo de los y las verdaderas artistas», indicó. En declaraciones a este medio, Gerardo Vilches señala que la cuestión principal es que «hace falta un marco legal que impida que se usen imágenes generadas con IA que se basan en el expolio de obras con derechos de autor, cuyos autores o autoras no han dado consentimiento para ese uso».
El ilustrador David Peña (conocido como Puño) sostiene ante este periódico la misma postura al señalar que no es la tecnología en sí la que afecta a su profesión, sino el hecho de que se base en el «robo sistemático y sin permiso de un montón de propiedad intelectual». El también diseñador apunta al «peligro» del relato que se está generando en torno a la destrucción de esta.
«Los softwares generativos se basan en la idea de que no existe la propiedad intelectual, pero sí que existe. Yo tengo mi patrimonio intelectual y lo uso para explotarlo en mi propio beneficio, igual que una persona que tiene una vivienda. Si alguien inventara una llave maestra para abrir todas las que hay en el mundo, sería un escándalo «, compara.
Albertoyos, portavoz de APIM (Asociación de Profesionales de la Ilustración de Madrid), critica en primer lugar que se hable de ‘inteligencias generativas’. «Ni lo son ni crean nada», defiende al señalar que en lo que se basan es en datos que han tomado de Internet. «Han cogido las ilustraciones de las que nosotros somos dueños y nadie puede usar sin nuestro permiso, y han ido aprendiendo patrones para sacar productos, que no obras. Una obra es algo que ha hecho un ser humano», concreta.
La ilustradora Antonia Santolaya subraya igualmente a este medio la importancia del lenguaje a la hora de conceder a la IA «un valor que no le corresponde» y aboga por referirse a ellas como «sistemas artificiales». David López, por su parte, afirma directamente que la situación actual se trata del «robo de arte más grande de la historia. Compañías privadas lo han usado para entrenar sus modelos. No solo se están enriqueciendo, sino que nos están quitando el trabajo a los creadores. Nos roban nuestros derechos de autor para ser nuestra competencia desleal». Y en la línea de Albertoyos, considera que no hay que llamarlo «inteligencia» porque lo que son es «máquinas de ocultar el plagio».
Los profesionales consultados para este artículo coinciden en la necesidad de que haya una regulación, que parta desde el Gobierno, para controlar este nuevo paradigma. Por el momento, el Ministerio de Cultura ha elaborado una guía de buenas prácticas relativas al uso de la IA, que estipula puntos como que las obras realizadas con esta tecnología no podrán ganar un Premio Nacional y que en aquellos contratos de actividades o servicios en los que sea susceptible la incorporación de técnicas de IA, se «procurará incluir» una cláusula expresa que recoja que el proveedor deberá informar del uso de este tipo de tecnología.
Además, Ernst Urtasun anunció la semana pasada la aprobación del proyecto de ley para la creación de la Oficina de Derechos de Autor y Conexos, que servirá para «aumentar de escala» la estructura que hasta ahora supervisaba la actividad de las entidades de gestión colectiva de los derechos que genera la propiedad intelectual (SGAE, DAMA, AISGE, etc.), a la que van a dotar de «un ente propio».
Todavía no ha habido ninguna mención a cómo esto va a afectar al mercado literario, por lo que de momento el uso de la IA depende de la «ética de las editoriales», como apunta Albertoyos. «Estamos en un mercado libre. Si son empresas privadas, salvo que haya una ley del Gobierno que impida usar la IA, podrán utilizarla», añade. La ilustradora Martissey asegura a elDiario.es que «usar una IA para generar la obra de una portada es como pegarse un tiro en el pie». Y reclama: «Me gustaría que, si lo van a hacer, fueran de frente. Que lo digan y se atengan a las consecuencias».
La diferencia entre las grandes y las pequeñas compañías es por el momento clave a la hora de gestionar sus políticas respecto al uso de la IA. «Tienen distintas maneras de gestionar y crear. Ya me gustaría que todas estuvieran comprometidas con los autores e ilustradores», argumenta. La artista opina que, llegado el momento, funcionan como «ejecutivos, personas que toman decisiones rápidamente y piensan más en cifras y en si te sale más barato editar en China o sacar un tipo de producto y no otro». Bajo ese prisma, se corre el peligro de que se torne en «una carrera por los números y no por tener una línea editorial. Las que quieran tenerla, les costará más esfuerzo pero son consecuentes. Otras puede que estén haciendo un producto que podría lanzar cualquier otro».
David López sostiene que las editoriales más pequeñas «entienden» que para vender un ejemplar han de aportar algo «diferente» al lector, de ahí a que «abominen» la IA. El dibujante sostiene que una compañía como Planeta (a la que pertenece el sello Destino responsable de la edición de Juana de Arco), «tiene presupuesto como para pagar puestos dignos», como para no primar el uso de IA a la contratación de profesionales. Aun así, lamenta que en líneas generales, la postura de los sellos sea «que si se pueden ahorrar dos duros, lo van a hacer».
Desde el Área Editorial del Grupo Planeta justifican así ante este periódico el uso de la IA en la concepción de la controvertida cubierta: «La ha hecho un diseñador de nuestro equipo, utilizando programas de diseño habituales, como Illustrator o Photoshop, que ya contienen desde hace tiempo utilidades de IA». También aseguraron detrás de todas sus cubiertas «hay y habrá siempre un equipo humano de diseñadores y editores que trabajan y supervisan las ideas, concepción y ejecución» de las mismas.
Por su parte, los artistas destacan el papel que los propios lectores pueden desempeñar. «Si el público empezara a rechazar las obras hechas con IA, habría una autorregulación que sería muy importante», valora Albertoyos siendo consciente de que a su vez para ello es imprescindible que la gente pueda saber cuándo se ha usado.
David López critica que al primar las ilustraciones hechas por IA, se está optando por materiales «sin personalidad». «Cuando se usan, se proyecta la imagen de algo barato, hecho sin cuidado. Y que si lo usas es porque cualquiera te vale. Eso es triste. Porque además se ven todas iguales», expone. Albertoyos afirma que para ellos es fácil detectar «rápido» cuándo una imagen ha sido elaborada con IA: «Tira de una estética muy realista, muy volumétrica, con un acabado muy fotográfico y parecido a los juegos 3D y videojuegos. Y caras deformadas». Aun así, advierte de que «llegará un momento en el que no se distinga».
Puño comparte que esa falta de personalidad convierte el actual contexto en «insostenible». «Todo el mundo da a un botón y sale una imagen con el mismo estilo. Desde que existe Internet, las tendencias tienen como máximo dos años de vida. Esto tiene un fin», defiende, «también los NFT habían llegado para quedarse y ahora están hundidos». El ilustrador señala que el público se va a «cansar» y que «se va a revalorizar que haya una mente brillante haciendo cosas». Pero la perspectiva positiva no puede aplicarse a todo, ya que considera que el relato de que «uno puede apropiarse del patrimonio intelectual de otra persona y explotarlo por su cuenta sin que nadie diga nada, no va a cambiar». Al igual que la bajada de tarifas que ya llevan tiempo acusando.
Puño advierte de las consecuencias de esta situación no solo atañen a los artistas. Para él, lo «peor» es que se traduce en el paso a una «era más absolutista y totalitarista respecto al uso de nuestros datos y el derecho que tenemos sobre nuestra privacidad». «Lo han azucarado con la oportunidad de verte como vas a ser dentro de 40 años o si fueras una película de Disney y la gente lo ha comprado, pero es algo más distópico y oscuro de lo que aparenta», apunta.
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